La competencia científica se define como “la capacidad de usar el
conocimiento científico para identificar cuestiones y obtener conclusiones a
partir de evidencias, con la finalidad de comprender y ayudar a tomar
decisiones sobre el mundo natural y los cambios que la actividad humana
produce” (OCDE, PISA). Por tanto, conlleva disponer de conocimientos,
aunque no con la finalidad de repetirlos, sino con la de saberlos usar para
actuar. Se pone el acento en el planteamiento de preguntas y en la
identificación de pruebas y razones que fundamenten la toma de decisiones.
¿Qué quiere decir en la práctica esta definición? Pensemos, por ejemplo, en un
contenido del currículum que, como tal, es constante a lo largo del tiempo:
“Conocer qué caracteriza las plantas”. Desde el punto de vista no
competencial, la comprobación del aprendizaje de este contenido se traduce
con cuestiones de evaluación centrada en comprobar si se sabe identificar y
nombrar las partes de las plantas y describir sus funciones.
En cambio, si se evalúa este conocimiento desde el punto de vista de la
“competencia”, las preguntas son del estilo “la madre de Marta le ha dicho que
cuando vaya al bosque no tiene que cortar las flores, pero ella no sabe por qué
no lo tiene que hacer. Con todo lo que habéis aprendido alrededor del porqué
le sirve a una planta tener flores, ¿cómo explicaríais a Marta por qué motivo no
nos tenemos que llevar las flores de un bosque a nuestra casa?”. Para
responder a esta pregunta el alumnado tiene que leer un texto largo (en
internet los textos son largos), tiene que relacionar conocimientos con una
actuación y tiene que escribir un texto (no una palabra o una frase corta) que
dé razones bien fundamentadas. Por ejemplo, una alumna de tercero de
primaria respondió “porque si arrancamos las flores el fruto no podrá crecer, y
la planta no podría hacer su función reproductora”.